sábado, 14 de noviembre de 2009

La Reina de las Abejas

4- La reina de las abejas

Autor: hermanos Grimm

Dos príncipes, hijos de un rey, partieron un día en busca de aventuras y se entregaron a una vida de fiestas y diversiones, sin intención de volver a su casa. El hijo tercero, al que llamaban el Bobo, se puso en camino, en busca de sus hermanos. Pero cuando por fin los encontró, éstos se burlaron de él. ¿Cómo pretendía, siendo tan simple, abrirse paso en el mundo cuando ellos, que eran mucho más inteligentes, no lo habían conseguido?

Partieron los tres juntos y llegaron a un nido de hormigas. Los dos mayores querían destruirlo para divertirse viendo cómo los animalitos corrían para poner a salvo los huevos, pero el menor dijo:

—Dejad en paz a estos animalitos; no permitiré que los molestéis.

Siguieron andando hasta llegar a la orilla de un lago, en cuyas aguas nadaban muchísimos patos. Los dos hermanos mayores querían cazar unos cuantos para asarlos, pero el menor se opuso:

—Dejad en paz a estos animales; no permitiré que los molestéis.

Llegaron ante una colmena silvestre, instalada en un árbol, tan repleta de miel, que ésta fluía tronco abajo. Los dos mayores pensaron encender fuego al pie del árbol para sofocar los insectos y apoderarse de la miel, pero el Bobo los detuvo, repitiendo:

—Dejad a estos animales en paz; no permitiré que los queméis.

Al cabo llegaron los tres a un castillo en cuyas cuadras había unos caballos de piedra, pero ni un alma viviente. Recorrieron todas las salas hasta que se encontraron frente a una puerta cerrada con tres cerrojos, que tenía en el centro una ventanilla por la que podía mirarse al interior. Dentro se veía un hombrecillo gris, sentado a una mesa. Le llamaron varias veces pero parecía no oírles; sin embargo, a la tercera se levantó, descorrió los cerrojos y salió de la habitación. Sin pronunciar una sola palabra, los condujo a una mesa ricamente puesta, y después que hubieron comido y bebido, llevó a cada uno a un dormitorio separado.

A la mañana siguiente se presentó el hombrecillo a despertar al mayor y lo llevó ante una mesa de piedra, en la cual estaban escritos los tres trabajos que había de cumplir para desencantar el castillo. El primero decía: «En el bosque, escondidas entre el musgo, se hallan las mil perlas de la hija del Rey. Hay que recogerlas antes de la puesta del sol, pero si falta una sola, el que hubiere emprendído la búsqueda quedará convertido en piedra».

Salió el mayor y se pasó el día buscando entre el musgo, pero a la hora en que el sol se oculta en el horizonte no había reunido más de un centenar de perlas y le sucedió lo que estaba escrito en la mesa: quedó convertido en piedra. Al día siguiente intentó el segundo la aventura, pero no tuvo mejor éxito que el mayor: encontró solamente doscientas perlas y fue transformado en piedra. Finalmente, le tocó el turno al Bobo, el cual salió a buscar las perlas de la princesa entre el musgo. Pero iqué difícil se hacía la búsqueda y con qué lentitud se reunían las perlas! Se sentó sobre una piedra y se puso a llorar de desesperación. Inesperadamente apareció la reina de las hormigas, a las que había salvado la vida, seguida de cinco mil de sus súbditas, y en un santiamén tuvieron todas las perlas reunidas en un montón.

El segundo trabajo era pescar del fondo del lago la llave del dormitorio de la princesa. Al llegar el Bobo a la orilla, los patos que había salvado se acercaron nadando, se sumergieron y al poco rato volvieron a aparecer con la llave.

El tercero de los trabajos era el más difícil. De las tres hijas del Rey, que estaban dormidas, había que descubrir cuál era la más joven y hermosa. Sin embargo, esto era muy difícil porque las tres se parecían como tres gotas de agua, sin que se advirtiera la menor diferencia entre ellas. Sólo se sabía que antes de dormirse habían comido diferentes golosinas. La mayor, un terrón de azúcar; la segunda, un poco de jarabe, y la menor, una cucharada de miel. Compareció entonces la reina de las abejas, que el Bobo había salvado del fuego, y exploró la boca de cada princesa, posándose, en último lugar, en la boca de la que había comido miel, con lo cual el príncipe pudo reconocer a la verdadera.

Se rompió el encantamiento y todos despertaron recuperando su forma humana. El Bobo se casó con la princesita más joven y bella y heredó el trono a la muerte de su suegro. Sus dos hermanos recibieron por esposas a las otras dos princesas.


Domingo 15

No van Nata, Angela, Fran, Caro, Pao
Hace las compras Xime (meriendas, cuadrados grandes de papel glace)
JARDIN
Cuenta Xime
Tobias el Campesino
Actividad: plegado de papel, barquitos
Merienda: yogur con cereales
Xime, Vera, Alfonso, Belen, Pedro, Emma
NIÑOS
Cuenta Manu
La Reina de las Abejas
Actividad: Plastilina, llevar las tablas
Merienda: yogur con cereal
Manu, Sole, Martin, Eli, Tomas, Chiara, Magui
ADOLESCENTES
Coordina Sole
Actividad: Digalo con mimica, practicar las obras de la vez anterior, representarles frente al grupo, Devolucin grupal.
Merienda: jugo y galletitas
Xime, Vera, Martin, Sole, Eli, Tomas, Alfonso

miércoles, 28 de octubre de 2009

EL BOSQUE DE LAS HADAS

3- El bosque de las hadas

Autor: Anónimo

Erase una vez dos niñas de 11 años, llamadas Jennifer y Yaisa. La primera de ellas era buena estudiante y con un gran corazón; por el contrario Yaisa era una pésima estudiante y bastante creída.

Jennifer vivía en una casa al lado del bosque azul, sus padres eran campesinos y aunque pobres no pasaban penurias económicas. Yaisa en cambio vivía en una gran casa situada en la colina, sus padres eran ricos y por tanto tenía todos los caprichos que ella quería.

Aunque provenían de mundos tan opuestos, se habían hechos grandes amigas y desde la guardería habían estado juntas.

Los padres de Yaisa se habían opuesto a esta amistad pero nada pudieron hacer ante el empeño de las chicas de seguir siendo amigas.

Como había dicho antes Jennifer vivía al lado del bosque azul. Este bosque era llamado así por los lugareños, ya que una gran cantidad de mariposas azules habitaban en él.

Muchos creían que esas mariposas eran en realidad ninfas y que se apoderarían de todo aquel que se adentrará en el bosque al anochecer.

Esta maldición era alimentada desde hacía muchísimos años, cuando desapareció una chica en el bosque y nunca se supo nada de ellas.

Se organizaron batidas en el bosque y no se halló rastro de ella, ni siquiera sus huesos u objetos personales aparecieron, por lo que se descartó que fuera comida por las alimañas.

Este suceso hizo que naciera la leyenda del bosque azul, leyenda que duraba hasta nuestros días, pasando de generación en generación.

Una tarde Yaisa propuso ir al bosque.

¡No!, es peligroso. - respondió Jennifer.

- ¿Porqué?, ¿Tú crees el cuento ese?-.

Umm... Sí, una vez se lo oí contar a mi abuelo -.

Eso son mentiras, lo que pasa es que tienes miedo y no lo quieres reconocer.-

¡¡No tengo miedo!!

Sí que lo tienes, ¡¡Eres una cobardica!!

¡No soy cobarde! Esta bien iremos, pero me tienes que prometer que volveremos antes del anochecer.-

Esta bien, lo prometo.-

Mientras entraban en el bosque Jennifer se iba arrepintiendo de haber aceptado.

-¿Y si fuera verdad la leyenda?. ¿Y si no veo más a mis padres?- pensaba.

-Oye Yaisa, me vuelvo a casa.-

¿Qué?-

Que paso, lo siento me voy -

Venga ya, si estamos dentro, me vas a dejar sola ahora.

Si, me voy. ¿Vienes?

Esta bien me voy contigo.

Bienvenidas a mi reino.

¿Quién ha dicho eso?

Yo no he sido- contestó Yaisa asustada.

¡¡Allí arriba!!! - exclamo Jennifer.

¡Pe.. pero qué es eso!

Miraron hacia arriba y vieron a un ser etéreo que se mantenia suspendida en el aire. Alrededor suyo cientos de mariposas azules con una extraña forma humana la iluminaban y le daban un aspecto tétrico a la figura.

-¿Quién eres?.

Soy Ethea, reina de este lugar, seguramente me conoceréis por el hada de los bosques. Las mariposas son Suthereis, son mis ninfas. ¿Qué hacéis aquí?

Nada, solo pasamos a jugar un poco, pero ya nos íbamos.

A jugar, eh. Ajá, os propongo yo un juego.

Haber díganos.

De las dos la que me traiga el objeto que pese menos ganará y será conducida fuera del bosque, la perdedora se quedará conmigo para siempre y será convertida en una hermosa mariposa azul.

Señora, no nos puede hacer eso- suplicaron al unísono las dos chicas.

¿Porqué? Habéis invadido mi reino y esta es la única forma de salir. Todas estas mariposas eran personas como vosotros que osaron entrar. Ellas fueron perdedoras. Tenéis una hora. Id cada una en dirección opuesta y traedme ese objeto. El tiempo empieza ya.

No, Yaisa no te muevas tengo la solución.

Venga Ya. Solo quieres ganarme, pero yo conseguiré arrebatarte ese honor. Tú te quedarás aquí- Contestó enfurecida Yaisa.

Yaisa salió corriendo dirigiéndose a la izquierda, mientras que Jennifer se quedó quieta.

¿Dices que tienes la solución? Espero que sea así, aunque dentro de una hora saldremos de duda.

El tiempo pasó inexorable y al cabo de una hora, Yaisa fue traída en volandas por las ninfas.

Bien, que tenéis.

Yo, esta pluma, ligera como el viento. - Gritó entusiasmada Yaisa.-

¿Y tú?

Yo, aquí lo tenéis- y cerrando el puño se lo entregó al hada.

Pero es una broma, aquí no hay nada.-

Si que lo hay. Hay aire. Ese es mi objeto. Más ligero que él no hay nada.

¡Ingenioso!- Exclamó el hada. He aquí mi decisión.

Tú Yaisa, para ganar me has traído efectivamente un material muy ligero pero has tenido que matar un pajarillo. Has agredido a la naturaleza. Tu Jennifer, en cambio has conseguido el material más ligero que existe sin agredir el entorno. Jennifer eres libre de irte.

¡No! Quiero que mi amiga se vaya, prefiero quedarme yo.

Me sigues sorprendiendo. ¿Cambias tu vida por la de tu amiga?-

Sí, ella es hija única, yo en cambio tengo 2 hermanos más, además durante el resto de mi vida no me perdonaría que deje a mi amiga aquí.-

Jennifer, perdóname. Yo solo he pensado en mí y tú en cambio das tu vida por la mía. No puedo aceptarlo, he perdido y me quedo.

¡Increíble!, en mis 500 años de vida es la primera vez que me ocurre algo parecido. Después de esto, creo que las dos merecéis iros a casa. Podéis marchad.-

Gracias, señora- Contestaron al unísono.

Podéis volver cuando queráis. Habéis aprendido la lección más importante de vuestra vida. Vuestra amistad os ha salvado.-

Las dos chicas volvieron a casa y siguieron siendo amigas durante toda su vida.

Domingo 1

No van:
Angela, Vera. nata no se queda a adolescentes.
13 hs grupo de estudio
14 hs capacitacion
JARDIN
Cuenta Pao
Tobias el Campesino
actividad: plegado de papel, barquitos
merienda: yogur con cereal
Nata, agustin, Alfonso, Pao Caro, Manu, Chiara
NIÑOS
Cuenta Xime
El bosque de las hadas
Actividad: collage
Merienda: yogur con cereal
Xime, Martin, Fran, Sole, Eli, Tomas, Sabina, Pedro, Emma
ADOLESCENTES
entrada en calor desinhibidora guiada por Xime
ejercicio de repetir lo que hace el coordinador en ronda
Grupos de tres, sacar papelitos de personajes comicos, los lleva xime
armar una improvisacion clawnesca con esos personajes sin hablar, valen ruidos.
Devolucion
Merienda: galletitas y jugo
Xime, Sole, Pao, Manu, Alfo, Eli, Tomas, Fran, Martin

martes, 20 de octubre de 2009

El rey Midas

Érase una vez un rey muy rico cuyo nombre era Midas. Tenía más oro que nadie en todo el mundo, pero a pesar de eso no le parecía suficiente. Nunca se alegraba tanto como cuando obtenía más oro para sumar en sus arcas. Lo almacenaba en las grandes bóvedas subterráneas de su palacio, y pasaba muchas horas del día contándolo una y otra vez.

Ahora bien, Midas tenía una hija llamada Caléndula. La amaba con devoción, y decía:

- Será la princesa más rica del mundo.

Pero la pequeña Caléndula no daba importancia a su fortuna. Amaba su jardín, sus flores y el brillo del sol más que todas las riquezas de su padre. Era una niña muy solitaria, pues su padre siempre estaba buscando nuevas maneras de conseguir oro, y contando el que tenía, así que rara vez le contaba cuentos o salía a pasear con ella, como deberían hacer todos los padres.

Un día el rey Midas estaba en su sala del tesoro. Había echado la llave a las gruesas puertas y había abierto sus grandes cofre de oro. Lo apilaba sobre mesa y lo tocaba con adoración. Lo dejaba escurrir entre los dedos y sonreía al oír el tintineo, como si fuera una dulce música. De pronto una sombra cayó sobre la pila del oro. Al volverse, el rey vio a un sonriente desconocido de reluciente atuendo blanco. Midas se sobresaltó. ¡Estaba seguro de haber atrancado la puerta! ¡Su tesoro no estaba seguro! Pero el desconocido se limitaba a sonreír.

- Tienes mucho oro, rey Midas -dijo.

- Sí -respondió el rey-, pero es muy poco comparado con todo el oro que hay en el mundo.

- ¿Qué? ¿No estás satisfecho? -preguntó el desconocido.

- ¿Satisfecho? -exclamó el rey-. Claro que no. Paso muchas noches en vela planeando nuevos modos de obtener más oro. Ojalá todo lo que tocara se transformara en oro.

- ¿De veras deseas eso, rey Midas?

- Claro que sí. Nada me haría más feliz.

- Entonces se cumplirá tu deseo. Mañana por la mañana, cuando los primeros rayos del sol entren por tu ventana, tendrás el toque de oro.

Apenas hubo dicho estas palabras, el desconocido desapareció. El rey Midas se frotó los ojos.

- Debo haber soñado -se dijo- , pero qué feliz sería si eso fuera cierto.

A la mañana siguiente el rey Midas despertó cuando las primeras luces aclararon el cielo. Extendió la mano y tocó las mantas. Nada sucedió.

- Sabía que no podía ser cierto -suspiró. En ese momento los primeros rayos del sol entraron por la ventana. Las mantas donde el rey Midas apoyaba la mano se convirtieron en oro puro-. ¡Es verdad! -exclamó con regocijo-. ¡Es verdad!

Se levantó y corrió por la habitación tocando todo. Su bata, sus pantuflas, los muebles, todo se convirtió en oro. Miró por la ventana, hacia el jardín de Caléndula.

- Le daré una grata sorpresa -dijo. Bajó al jardín, tocando todas las flores de Caléndula y transformándolas en oro-. Ella estará muy complacida -se dijo.

Regresó a su habitación para esperar el desayuno, y recogió el libro que leía la noche anterior, pero en cuanto lo tocó se convirtió en oro macizo.

- Ahora no puedo leer -dijo-, pero desde luego es mucho mejor que sea de oro.

Un criado entró con el desayuno del rey.

- Qué bien luce -dijo-. Ante todo quiero ese melocotón rojo y maduro.

Tomó el melocotón con la mano, pero antes que pudiera saborearlo se había convertido en una pepita de oro. El rey Midas lo dejó en la bandeja.

- Es muy bello, pero no puedo comerlo. -dijo. Levantó un panecillo, pero también se convirtió en oro-. ¿Qué haré? Tengo hambre y sed, y no puedo beber ni comer oro.

En ese momento se abrió la puerta y entró la pequeña Caléndula. Sollozaba amargamente, y traía en la mano una de sus rosas.

- ¿Qué sucede, hijita? -preguntó el rey.

- ¡Oh, padre! ¡Mira lo que ha pasado con mis rosas! ¡Están feas y rígidas!

- Pues son rosas de oro, niña. ¿No te parecen más bellas que antes?

- No -gimió la niña-, no tienen ese dulce olor. No crecerán más. Me gustan las rosas vivas.

- No importa -dijo el rey-, ahora come tu desayuno.

Pero Caléndula notó que su padre no comía y que estaba muy triste.

- ¿Qué sucede, querido padre? -preguntó, acercándose. Le echó los brazos al cuello y él la besó, pero de pronto el rey gritó de espanto y angustia. En cuanto la tocó, el adorable rostro de Caléndula se convirtió en oro reluciente. Sus ojos no veían, sus labios no podían besarlo, sus bracitos no podían estrecharlo. Ya no era una hija risueña y cariñosa, sino una pequeña estatua de oro.

El rey Midas agachó la cabeza, rompiendo a llorar.

- ¿Eres feliz, rey Midas? -dijo una voz. Al volverse, Midas vio al desconocido.

- ¡Feliz! ¿Cómo puedes preguntármelo? ¡Soy el hombre más desdichado de este mundo! -dijo el rey.

- Tienes el toque de oro -replicó el desconocido-. ¿No es suficiente?

El rey Midas no alzó la cabeza ni respondió.

- ¿Qué prefieres, comida y un vaso de agua fría o estas pepitas de oro? -dijo el desconocido.

El rey Midas no pudo responder.

- ¿Qué prefieres, oh rey, esa pequeña estatua de oro, o una niña vivaracha y cariñosa?

- Oh, devuélveme a mi pequeña Caléndula y te daré todo el oro que tengo -dijo el rey-. He perdido todo lo que tenía de valioso.

- Eres más sabio que ayer, rey Midas -dijo el desconocido-. Zambúllete en el río que corre al pie de tu jardín, luego recoge un poco de agua y arrójala sobre aquello que quieras volver a su antigua forma. -El desconocido desapareció.

El rey Midas se levantó de un brinco y corrió al río. Se zambulló, llenó una jarra de agua y regresó deprisa al palacio. Roció con agua a Caléndula, y devolvió el color a sus mejillas. La niña abrió los ojos azules.

- ¡Vaya, padre! -exclamó-. ¿Qué sucedió?

Con un grito de alegría, el rey Midas la tomó en sus brazos.

Nunca más el rey Midas se interesó en otro oro que no fuera el oro de la luz del sol, o el oro del cabello de la pequeña Caléndula.

el delantal que el viento se llevo

Corina jugaba y jugaba cada día con los colores. Con tinta, con barro, con hojas, con flores. Le gustaba sentarse en la tierra, mezclar estas cosas con agua, hacer papilla con lo que encontrara, pintar con los dedos como si fueran pinceles.

Para no ensuciarse el vestido, usaba siempre un delantal blanco, con grandes volados y bolsillo bordado.

Todos los días pasaba lo mismo: el delantal salía de casa limpio y bien planchado. Terminaba el día sucio, todo arrugado. Y casi siempre, al final de la tarde, Corina se lo sacaba, para hacer travesuras sin que nada la incomodara.

Un día, se quitó el delantal y lo colgó de una rama fina. Cuando fue a buscarlo, ya no estaba ahí. ¿Se lo habría llevado el viento que soplaba travieso? Sí, seguro que sí.

- Viento ¿Tu te llevaste el delantal?- preguntó Corina.

El viento no respondió, entonces la nena salió a buscar su delantal. Allá lejos, en lo alto de un cerro, vio una mancha blanca. Para llegar arriba, Corina pidió ayuda.

- Cabrito, ¿me llevas hasta allá?

El cabrito la llevó. Salta que salta, se acercaron y vieron.

La mancha blanca no era su delantal. Era sólo una hilacha de nube que volaba bajo. Después, la nube le dio un poco de ayuda:

- Me parece que lo vi. Cuando lloví, vi algo blanco en medio del bosque. A lo mejor era el delantal…

Explicó muy bien dónde era.

Y Corina fue a buscar.

- Gavilán, ¿me llevas hasta allá?

El gavilán la llevó. Vuela que vuela, salieron de lo alto del cerro, pasaron junto a las nubes, se acercaron y vieron.

La mancha blanca no era ningún delantal. Era sólo una hilacha de algódon de un enorme palo borracho que había estado en flor.

El algodón le dio un poco de ayuda:

- Me parece que lo vi. Cuando sopló el viento, me mecí muy alto y vi algo blanquito allá donde cae el río. A lo mejor era el delantal…

Le explico bien dónde era.

Y Corina fue a buscar.

- Mono, ¿me llevas hasta allá?

El mono la llevó. Brinca que brinca, salieron de la copa del árbol, se acercaron y vieron.

La mancha blanca no era ningún delantal. Era sólo un hilo de agua, cascada que caía finita desde lo alto de las piedras.

La cascada le dio un poco de ayuda:

-Me parece que lo vi. La lavandera estuvo allí abajo, en la curva del río, y lavó un lindo delantal en el agua clara. Después se lo llevó a la niña más traviesa de la casa, más alegre del campo.

Y Corina fue a buscar.

-Pato, ¿me llevas hasta allá?

El pato la llevó. Nada que nada, anda que anda, se acercaron y vieron.

Era la casa de Corina. En el cajón del armario de su cuarto, lavado y planchado, estaba guardado el delantanl, con sus volados y su bolsillo bordado.

Blanco como la nube.

Leve como el algodón de la flor.

Limpio como la cascada.

Corina ya no tuvo que seguir buscando. Ahora sólo le quedaba ir a bañarse con la espuma blanca del jabón y verse limpia y perfumada, como el delantal. Comer y dormir, después. Levantarse descansada y llenar de travesuras el día siguiente