martes, 20 de octubre de 2009

el delantal que el viento se llevo

Corina jugaba y jugaba cada día con los colores. Con tinta, con barro, con hojas, con flores. Le gustaba sentarse en la tierra, mezclar estas cosas con agua, hacer papilla con lo que encontrara, pintar con los dedos como si fueran pinceles.

Para no ensuciarse el vestido, usaba siempre un delantal blanco, con grandes volados y bolsillo bordado.

Todos los días pasaba lo mismo: el delantal salía de casa limpio y bien planchado. Terminaba el día sucio, todo arrugado. Y casi siempre, al final de la tarde, Corina se lo sacaba, para hacer travesuras sin que nada la incomodara.

Un día, se quitó el delantal y lo colgó de una rama fina. Cuando fue a buscarlo, ya no estaba ahí. ¿Se lo habría llevado el viento que soplaba travieso? Sí, seguro que sí.

- Viento ¿Tu te llevaste el delantal?- preguntó Corina.

El viento no respondió, entonces la nena salió a buscar su delantal. Allá lejos, en lo alto de un cerro, vio una mancha blanca. Para llegar arriba, Corina pidió ayuda.

- Cabrito, ¿me llevas hasta allá?

El cabrito la llevó. Salta que salta, se acercaron y vieron.

La mancha blanca no era su delantal. Era sólo una hilacha de nube que volaba bajo. Después, la nube le dio un poco de ayuda:

- Me parece que lo vi. Cuando lloví, vi algo blanco en medio del bosque. A lo mejor era el delantal…

Explicó muy bien dónde era.

Y Corina fue a buscar.

- Gavilán, ¿me llevas hasta allá?

El gavilán la llevó. Vuela que vuela, salieron de lo alto del cerro, pasaron junto a las nubes, se acercaron y vieron.

La mancha blanca no era ningún delantal. Era sólo una hilacha de algódon de un enorme palo borracho que había estado en flor.

El algodón le dio un poco de ayuda:

- Me parece que lo vi. Cuando sopló el viento, me mecí muy alto y vi algo blanquito allá donde cae el río. A lo mejor era el delantal…

Le explico bien dónde era.

Y Corina fue a buscar.

- Mono, ¿me llevas hasta allá?

El mono la llevó. Brinca que brinca, salieron de la copa del árbol, se acercaron y vieron.

La mancha blanca no era ningún delantal. Era sólo un hilo de agua, cascada que caía finita desde lo alto de las piedras.

La cascada le dio un poco de ayuda:

-Me parece que lo vi. La lavandera estuvo allí abajo, en la curva del río, y lavó un lindo delantal en el agua clara. Después se lo llevó a la niña más traviesa de la casa, más alegre del campo.

Y Corina fue a buscar.

-Pato, ¿me llevas hasta allá?

El pato la llevó. Nada que nada, anda que anda, se acercaron y vieron.

Era la casa de Corina. En el cajón del armario de su cuarto, lavado y planchado, estaba guardado el delantanl, con sus volados y su bolsillo bordado.

Blanco como la nube.

Leve como el algodón de la flor.

Limpio como la cascada.

Corina ya no tuvo que seguir buscando. Ahora sólo le quedaba ir a bañarse con la espuma blanca del jabón y verse limpia y perfumada, como el delantal. Comer y dormir, después. Levantarse descansada y llenar de travesuras el día siguiente

No hay comentarios:

Publicar un comentario