Para no ensuciarse el vestido, usaba siempre un delantal blanco, con grandes volados y bolsillo bordado.
Todos los días pasaba lo mismo: el delantal salía de casa limpio y bien planchado. Terminaba el día sucio, todo arrugado. Y casi siempre, al final de la tarde, Corina se lo sacaba, para hacer travesuras sin que nada la incomodara.
Un día, se quitó el delantal y lo colgó de una rama fina. Cuando fue a buscarlo, ya no estaba ahí. ¿Se lo habría llevado el viento que soplaba travieso? Sí, seguro que sí.
- Viento ¿Tu te llevaste el delantal?- preguntó Corina.
El viento no respondió, entonces la nena salió a buscar su delantal. Allá lejos, en lo alto de un cerro, vio una mancha blanca. Para llegar arriba, Corina pidió ayuda.
- Cabrito, ¿me llevas hasta allá?
El cabrito la llevó. Salta que salta, se acercaron y vieron.
La mancha blanca no era su delantal. Era sólo una hilacha de nube que volaba bajo. Después, la nube le dio un poco de ayuda:
- Me parece que lo vi. Cuando lloví, vi algo blanco en medio del bosque. A lo mejor era el delantal…
Explicó muy bien dónde era.
Y Corina fue a buscar.
- Gavilán, ¿me llevas hasta allá?
El gavilán la llevó. Vuela que vuela, salieron de lo alto del cerro, pasaron junto a las nubes, se acercaron y vieron.
La mancha blanca no era ningún delantal. Era sólo una hilacha de algódon de un enorme palo borracho que había estado en flor.
El algodón le dio un poco de ayuda:
- Me parece que lo vi. Cuando sopló el viento, me mecí muy alto y vi algo blanquito allá donde cae el río. A lo mejor era el delantal…
Le explico bien dónde era.
Y Corina fue a buscar.
- Mono, ¿me llevas hasta allá?
El mono la llevó. Brinca que brinca, salieron de la copa del árbol, se acercaron y vieron.
La mancha blanca no era ningún delantal. Era sólo un hilo de agua, cascada que caía finita desde lo alto de las piedras.
La cascada le dio un poco de ayuda:
-Me parece que lo vi. La lavandera estuvo allí abajo, en la curva del río, y lavó un lindo delantal en el agua clara. Después se lo llevó a la niña más traviesa de la casa, más alegre del campo.
Y Corina fue a buscar.
-Pato, ¿me llevas hasta allá?
El pato la llevó. Nada que nada, anda que anda, se acercaron y vieron.
Era la casa de Corina. En el cajón del armario de su cuarto, lavado y planchado, estaba guardado el delantanl, con sus volados y su bolsillo bordado.
Blanco como la nube.
Leve como el algodón de la flor.
Limpio como la cascada.
Corina ya no tuvo que seguir buscando. Ahora sólo le quedaba ir a bañarse con la espuma blanca del jabón y verse limpia y perfumada, como el delantal. Comer y dormir, después. Levantarse descansada y llenar de travesuras el día siguiente
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