Autor: Tilde Michels
En un país lejano y frío donde la nieve cae sin cesar,
hay un hermoso bosque,
y en el bosque está la casa donde vive Iván.
Ha llegado la noche; bosque y casa azota la tormenta
Iván se sobresalta y salta de la cama…
¿Quién será el que llama a la puerta?
“¿Quién será?”, se pregunta mientras cae la nieve y ruge el viento.
Desde afuera responde una liebre con ayes y lamentos:
“¡Ay, ay, déjame entrar, que tengo mucho frío!”
Iván abre la puerta y dice: “¡Adelante!, aquí hallarás abrigo.
Echaré leña al fuego y así tendrás calor.”
La liebre se acomoda feliz en el sillón.
Iván vuelve a la cama. Ya todo está tranquilo…
“¡Buenas noches!” murmura, y se queda dormido.
Poco dura la calma, pues, de pronto, un ruido los despierta.
Los dos se sobresaltan y saltan de la cama… ¿Quién será el que llama a la puerta?
¿Quién será? Esta vez es un zorro,
un zorro pelirrojo de cola muy tupida
que aporrea la puerta con sus patas
mientras muy fuerte chilla:
“¡Ay, ay, déjame entrar!”
La liebre se estremece y levanta las orejas…
“Por favor” dice, “no la dejes pasar;
el zorro es mi enemigo y es seguro que me quiere devorar.”
“¡Nada te haré!... ¡lo juro!” grita el zorro, aterido.
“¡Dejadme entrar, por Dios, que estoy muerto de frío!”
Iván abre la puerta al tiempo que le dice:
“Cumple tu juramento y tendrás buen cobijo”.
Y el zorro se acomodó muy contento.
“¡Buenas noches!”, murmura Iván, y se mete en la cama.
Otra vez reinan la calma y el silencio
mientras afuera arrecia la nevada.
Y ahora, ¿qué sucede que los tres se despiertan?
¡Nuevamente golpes y zarpazos!
¿Quién será el que llama a la puerta?
¡Un oso! Un oso que tirita…
Iván da un alto rápido como el rayo;
tiembla la liebre, pero no de frío,
y el zorro está al borde del desmayo. Y gime:
“¡Ay, ay, desgraciado de mí! El oso viene a buscarme
porque ayer la carne le robé ¡Nada ni nadie ya puede salvarme!”
Se equivoca el zorro pelirrojo.
Al oso no le importa nada de nada.
Tan solo ansia un poco de calor
pues tiene hasta la cola congelada.
Y jura por su honor que será manso si lo dejan entrar.
Iván abre la puerta y dice:
“Acércate a la estufa, te puedes calentar.”
Y echa leña y más leña hasta que el fuego crepita y arde.
Y después aconseja: “Tratemos de dormir, que ya es muy tarde.”
El viento sopla y sacude la casa,
caen los árboles bajo la tormenta.
Pero los cuatro duermen tan campantes…
¡De nada se dan cuenta!
Y así llegó la mañana. La liebre despertó,
despacito abrió la puerta y por la nieve se marchó.
Mientras corría pensaba, mientras pensaba decía:
“¡Corre que te corre, liebre, que en ello te va la vida!
Ese zorro es muy ladino y tiene mala intención.
¡No creo que en una noche se cambie su condición!”
Cuando el zorro abrió los ojos se desperezó contento,
pero al divisar al oso se paralizó al momento.
“Será mejor escapar y librarme de un zarpazo
que un oso es muy peligroso hasta si te da un abrazo.”
El oso se quedó solo, abrigado en su rincón.
Muy tranquilo se sentía y miraba en derredor.
De pronto, con gran sorpresa, vio una escopeta colgada…
¡Aquí vive un cazador…, será mejor que me vaya!
El sol brilla nuevamente y ha cesado la tormenta.
¡Corre que te corre oso, que nadie se dará cuenta!”
Cuando se despierta Iván no entiende lo que ha pasado;
está la casa vacía…¿Será que sólo ha soñado?
Pero al mirar hacia afuera ve unas huellas dibujadas
de oso, de liebre y de zorro…¡Señal de que no lo ha soñado!
Después de lo sucedido con alegría comenta:
“En paz pasamos la noche…¡Lo que puede una tormenta!
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